Aunque muchas veces no se le da la importancia que merece, la forma de nuestros pies puede influir enormemente en nuestra calidad de vida. Y más aún si somos personas activas o deportistas. Un buen ejemplo de ello es el pie cavo, una condición bastante común que muchas veces pasa desapercibida… hasta que empiezan los problemas.
El pie cavo se define por la presencia de un arco plantar excesivamente elevado. A diferencia de un pie normal, donde el puente está ligeramente curvado y permite un buen reparto de las cargas al caminar o correr, en el pie cavo esta curvatura es tan pronunciada que gran parte de la planta no toca el suelo. El apoyo se concentra en el talón y la parte delantera del pie (metatarsos), generando un desequilibrio en la pisada.
No se trata solo de una forma diferente de pie, sino de una alteración biomecánica que puede afectar a todo el cuerpo si no se corrige o se compensa adecuadamente.
Las causas pueden variar. En algunos casos, el pie cavo es hereditario o congénito, mientras que en otros tiene origen neurológico o muscular, como en la enfermedad de Charcot-Marie-Tooth, algunas distrofias musculares o tras lesiones en el sistema nervioso. También puede aparecer por secuelas de traumatismos, desequilibrios musculares o incluso sin causa clara aparente.
Lo importante es entender que no es un “defecto estético”, sino una condición que altera la forma en que pisamos, caminamos o corremos.
Muchas personas con pie cavo no presentan molestias en la infancia, pero con el paso de los años (o con la práctica deportiva) pueden aparecer síntomas como:
Dolor en la planta del pie o en el talón
Dedos en garra o martillo
Esguinces frecuentes de tobillo
Inestabilidad al caminar o correr
Sobrecarga muscular en piernas y espalda
Callosidades localizadas
Sensación de rigidez en el pie
En deportes que implican impacto, giros, saltos o carreras (como el running, el pádel, el fútbol o incluso el senderismo), estas molestias pueden acelerarse o agravarse.
Cuando hacemos deporte, nuestros pies soportan impactos repetidos, se adaptan a terrenos irregulares y gestionan constantemente el equilibrio del cuerpo. Un pie cavo, al no amortiguar bien los apoyos, puede generar:
Fascitis plantar: inflamación de la fascia del pie, con dolor punzante al apoyar.
Metatarsalgia: dolor en la zona delantera del pie, por sobrecarga en los metatarsos.
Tendinopatías del tibial posterior o peroneos: el pie intenta compensar su inestabilidad con sobreesfuerzo muscular.
Dolores en rodillas, caderas o espalda baja: por alteración de la cadena biomecánica.
Esguinces de tobillo frecuentes: debido a la tendencia a pisar hacia fuera (supinación).
Fracturas por estrés: especialmente en corredores, si el pie no absorbe bien los impactos.
En resumen, un pie cavo puede convertirse en un factor de riesgo para lesiones deportivas si no se identifica y se trata correctamente.
La buena noticia es que sí existen soluciones. Lo más recomendable es acudir a un especialista en podología o fisioterapia que realice un estudio de la pisada y la biomecánica. Según el caso, las recomendaciones pueden incluir:
Fabricadas a medida tras un análisis del apoyo del pie. Ayudan a repartir mejor las cargas y mejorar la estabilidad durante la actividad física.
Rutinas orientadas a fortalecer la musculatura del pie, mejorar la movilidad articular y compensar desequilibrios. El trabajo de propiocepción (equilibrio) también es muy útil.
En el caso del pie cavo, el tipo de zapatilla deportiva importa mucho. Deben tener buena amortiguación, refuerzo lateral y soporte del arco.
Como el pie cavo puede ir evolucionando con el tiempo, especialmente si es de origen neurológico, conviene hacer revisiones periódicas para ajustar el tratamiento o las plantillas si es necesario.
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